Ya no estoy aquí. Fernando Frías (2019)

En una sociedad limitada por los valores de la mayoría, las personas que no comparten los mismos ideales y valores quedan rezagadas en otro círculo de pertenencia e identificación.
‘Ya no estoy aquí’ (2019): La historia se desarrolla en Monterrey, Nuevo León y presenta a Ulises (Juan Daniel García), un joven de 17 años, y a su elocuente círculo de amigos ‘Los Terkos’ quienes comparten entre sí la ideología de la subcultura ‘Kolombia’ arraigando la música, vestimenta y la doctrina fundamental de la cumbia y lo ‘cholo’. Poco a poco se revelan los lazos con otros pequeños grupos y la rivalidad con otros cuantos, además de la intromisión del narcotráfico en el norte del país que siempre protagoniza e incluso interrumpe cadenas de radio, lo que lleva a ‘fricciones’ (por llamarle mesuradamente de alguna manera) y a la necesidad de Ulises de huir hacia Nueva York tratando de adaptarse a un ambiente del todo hostil para él.
Mientras la gran mayoría de inmigrantes hispanoamericanos ven con asombro en la lejanía el sueño americano, pocos son los que encuentran ahí un escape inhóspito. Tal es el caso de Ulises, interpretado por Juan Daniel García quien a través de simplemente la mirada logra reflejar inquietud, felicidad, nostalgia y temple. Sorprendentemente, a pesar de que lo vemos ‘taloneando’ logra crear cierta empatía (¿o tolerancia?) con el público al demostrar que la violencia solo genera más violencia. Incluso con sus congéneres, al integrar al ‘Sudadera’ o en una discusión alrededor de un comunicador portátil. Además, volviendo a la idea del choque cultural, parecería relevante en estos momentos volver a tocar temas como la discriminación, pero me quedo sin palabras ante los hechos que se presentan día a día.
Motivo de una doble premiación en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2019, ‘Ya no estoy aquí’ perfilaba para ganarse el afecto del público tarde o temprano. Me atrevería a compararla y referirla como el ‘Amores perros’ (2000) de esta década, para catapultar una nueva oleada de cine mexicano en pos de retratar historias con un valor moral y de reflexión en otros niveles, diferentes a los que emperan la modernidad. Por otro lado, el intento de compararla con ‘Roma’ (2019) se desdibuja en el hecho de restarle valor actoral por las características físicas de los personajes.
En cuanto a la estructura, la técnica fotográfica resulta un hallazgo evidente. La composición y los encuadres se comprometen con señalar pequeños destellos de soledad, de confianza, de inclusión y violencia entre elementos plásticos como la perspectiva, el ritmo y el equilibrio que se adueñan de una atmósfera con una paleta de colores casi reducida, limitada al rojo y verde en algunas escenas de reflexión para el personaje. El volumen de las melodías sirve de introducción para los panoramas que reúnen al grupo en un intento casi “documentalesco” de plasmar y revelar las vicisitudes esta cultura.  Es este intento de acercarse al género del documental el que resulta sobresaliente cercano a ‘La libertad del diablo’ (2017), ‘Hasta los dientes’ (2018) o incluso ‘Heli’ (2013), más allá de una trama que tambalea en el acto final, en un guion que perece al no encontrar salida para aquel argumento de soledad y pérdida de identidad.

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