Familia de medianoche. Luke Lorentzen (2019)
Uno explora las particularidades
de su empleo desde la perspectiva hacia el gozo, la satisfacción y la realización,
según las guías que sostiene la filosofía marxista hacia la esencia del hombre.
Podría ser objeto de debate la labor de la medicina ya que, siendo estrictos,
se regocijaría ante la enfermedad en ojos de un juicio velado y despersonalizado
que, en otras instancias, se alboroza hacia la salud mientras se cuela por el
misterio de la enfermedad. Lo mismo se podría suscitar ante el personal del
poder judicial (sin delitos no habría este cuerpo) o bomberos (sin incendios). Es
la filosofía que justifica la labor de los Ochoa en la medianoche a bordo de
una ambulancia privada. Tal vez la alienación ha permitido la otra mirada, la
mirada enjuiciadora.
En medio de la surreal Ciudad de
México, el servicio de ambulancias públicas se ve rebasado por las urgencias
médicas. Ante este hecho, los servicios particulares intentan compensar esta necesidad
con un fin monetario. Pero del punto A al punto B de esta relación se cierne un
turbio negocio que se suma a lo surreal de la ciudad. Es lo que plantea el
documental de Luke Lorentzen ‘Familia de medianoche’ (2019) merecedor del
premio especial del jurado a documental por fotografía en el pasado festival de
Sundance; la familia Ochoa (encabezada por el hijo mayor Juan, el padre de
familia Fernando y el hijo menor Josué) busca sobrevivir en una ciudad caótica.
Sobrevivir como la misma vida que buscan salvar. Y es esta mirada imparcial la
que afortunadamente no permite crear un juicio de valor hacia los protagonistas;
solo se presentan los hechos. Incluso, la cámara evita el morbo de las escenas más
sangrientas y enfoca en algunos planos medios y sobre el hombro los diálogos que
establecen los paramédicos con las víctimas. Casos de todo tipo son solo retratadas
como el medio para reincidir sobre el punto crucial: el abuso y la corrupción,
en donde los técnicos en urgencias médicas se alejan de los blancos y negros al
sucumbir ante la podredumbre, pero también ante el entrañable abrazo hacia una
víctima o el salvar una pequeña vida, todo sumergido en la imperiosa necesidad
de cobrar los honorarios correspondientes a base de clemencias y un circo maquiavélicamente
planeado.
Si uno comienza a desmenuzar el
documental a partir de las condiciones de trabajo en las que se ven forzados a
trabajar los Ochoa se pueden percibir carencias de todo tipo. Sin embargo, el
toque del cineasta busca, por otro lado, retratar la idiosincrasia mexicana en la
ciudad que se desdobla en la lúgubre verdad que circula a toda velocidad en las
calles de Tamaulipas, Insurgentes, Durango, etc. Resulta fácil identificarse
con el padre enfermo, noble y regordete que apoya de manera incondicional a la familia
que contrasta con la personalidad autoritaria pero llena de inocencia y empatía
de Juan, el hijo mayor que incluso vela por la educación de su ingenuo y
carismático hermano menor y que busca un respiro de la muerte en una llamada
telefónica.
Es preciso reconocer el mérito
del largometraje que va más allá de la serie dramática ‘paramédicos’ (2012) y
se acerca a ser el mejor documental ‘nacional’ estrenado en lo que va del año rememorando
viajes y vigilias por la ciudad como se hace en ‘Taxi driver’ (1976) y ‘Bringing
out the dead’ (1999) de Martin Scorsese o ‘Nightcrawler’ (2014) e inclusive el
documental mexicano ‘el hombre que vio demasiado’ (2015). La urgencia es real. Tanto
la médica como la necesidad de regulación y legislación en una ciudad con amplias
penurias en una labor fielmente retratada que no se aleja mucho de lo que
personalmente he visto. La alienación esta vez no alcanza a contrarrestar la
satisfacción intrínseca que se produce. Lo siento Marx.



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