The favourite. Yorgos Lanthimos (2018)
‘La gota se ha denominado «reina
de las enfermedades» y «enfermedad de reyes»’ (Firestein G, 2018). Los altos
niveles de ácido úrico en sangre han acompañado al ser humano desde escritos
egipcios y griegos. Especial incidencia se observa en el sexo masculino que
alcanza la madurez, logrando igualar cifras en mujeres cuando alcanzan la
menopausia (Nuki G, 2006). La relación mas cabal ha sido con el consumo de
alcohol (sobre todo cerveza y es por eso su estrecha correlación con los lujos de
las más altas esferas de poder), mariscos, carnes rojas además de edulcorantes,
ejerciendo un factor protector el consumo de lácteos; aunado a una alteración genética
en la síntesis y degradación de proteínas, demostrado en su acompañamiento
familiar. La particular afectación de la primera articulación metatarsofalángica
(dedo pulgar del pie y su inflamación conocida como podagra) se puede acompañar
de intenso dolor incapacitante, deformidad, aparición de tofos y lesión renal
son parte del espectro de la gota. Personajes como el rey Felipe II de España,
el papa Inocencio XI, el controversial rey de Inglaterra Enrique VIII, Pedro de
Medici y el ‘Rey Sol’ fueron solo algunos de los que sostuvieron la batalla
contra los infortunios de la gota. La reina Ana de la casa de los Estuardo, de
igual manera, padecía grandes dolores e infecciones por la misma causa que le
busco la muerte. Retratada perfectamente en ‘The Favourite’.
Hemos visto al director griego
Yorgos Lanthimos moldear a su antojo guiones propios tan versátiles como triviales
y profundos (la maravillosa The Lobster
de 2015 o The killing of a sacred deer de
2017). En un respiro para su escritura y para su mente, llega a sus manos un
guion original (por Deborah Davis y Tony McNamara) que narra una historia (sutilmente
apócrifa) a inicios del siglo XVIII, en medio de una guerra franco-inglesa (y
en medio de un estado fatídico de salud), la reina Ana (Olivia Colman) llega al
trono anglosajón con su mano derecha, la implacable Lady Sarah (Rachel Weisz). Alrededor
de múltiples tensiones internacionales e interpersonales, llega la prima de Lady
Sarah, Abigail (Emma Stone) en una búsqueda de empleo y, principalmente,
reinserción burocrática. Es así como comienza un juego de manipulación.
¿Por dónde empezar ante tantos
aciertos? El guion guarda un equilibrio perfecto en vastedad, dramatismo y ácido
humor que en nuestra memoria perdurarán diálogos gloriosos como los que
encabezan cada una de las ocho secciones (además, como olvidar el encuentro nocturno
de Abigail en su habitación o las tenues pero duras críticas de Lady Sarah al
maquillaje de la reina). El trabajo de las actrices conforma el triangulo equilátero
que sostiene la película por completo: lo formidable y temible de Rachel Weisz
(imponente en ese traje oscuro mientras sostiene un rifle o tan histriónica en
un baile en pareja), la gracia y frialdad de Emma Stone (en cada aparición con
su posterior cónyuge) y la demencia e indulgencia de Olivia Colman (no hay mas
que decir que ver la película completa), convergerán para deslumbrar en su
propio protagonismo (incluso Nicholas Hoult impresiona en un papel donde el
maquillaje obsoleto es necesario para tratar de relucir ante tales participaciones
magistrales). El montaje y el vestuario (Sandy Powell en su binominación)
reflejan de manera perfecta la época de guerra fuera del castillo y de ultraje
en su interior; con la fotografía (Robbie Ryan) que asemeja grandes pinturas y
retratos del barroco con un toque reminiscente de claroscuros caravaggiescos en medio de la penumbra
que solo es penetrada por velas y grandes ventanales; además de grandes tomas
angulares, secuencias y tomas abiertas que nos hacen sentir parte y a la vez
espectadores de un evento que se presentó hace más de 300 años.
El poder de la manipulación a través
del amor es inherente. La amistad y la familia, la necesidad de afecto y consuelo
tras un ataque de gota, incluso la guerra y la desolación del pueblo hará que
con la menor buena intención y halago el poder y la razón se desequilibre hacia
el mejor postor, como en nuestros días. La verdadera guerra no se halla entre naciones,
se escinde en las profundidades de un hogar y una perfecta trinidad. Así, una
carrera de langostas o la analogía de hijos no nacidos en forma de conejos comienzan
a ser sensatos hacia la sorpresiva lucidez final de la reina Ana. Tan trivial
como la esencia y crueldad humana en la subversiva y eterna declaración de
Lanthimos.





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