Phantom Thread. Paul Thomas Anderson (2017)
‘El trastorno facticio impuesto a
otro implica la producción intencionada o fingida de signos o síntomas físicos
o psicológicos en otra persona con el fin de asumir indirectamente el papel de
enfermo’ (Stern T, 2018). Es así como se le conoce actualmente al antes llamado
síndrome de Munchausen por poderes. Es común observarlo, sobre todo, en madres
que, en su afán de conseguir atención o simpatía, afectan a sus hijos para obtener
este mérito. Es preocupante en el sentido de que puede abarcar desde la omisión
hasta la producción de cualquier síntoma existente, acudiendo de manera constante
por atención médica. Algunas personas poseen cierto adiestramiento o conocimiento
que le permita manipular la información otorgada o elaborada. El diagnostico no
es sencillo, los médicos recogemos cada dato para armar un hilo hacia el mismo,
en este caso solo seguiremos un hilo fantasma.
Una puesta en escena maravillosa.
El arte de la moda es tan voluble y tan cambiante que cuesta trabajo imaginar
que lo que un día es glamoroso y fascinante al otro día será olvidado y
obsoleto. Es un poco la analogía creada por Paul Thomas Anderson con el
personaje principal; un famoso y disciplinado diseñador, Reynolds Woodcock
(llevado a la pantalla por el virtuosísimo Daniel Day-Lewis), ha pasado la
mayor parte de su vida enfrascado en el mundo de la moda de alto prestigio
hasta que se encuentra con la hermosa Alma (Vicky Krieps), realmente un alma
jovial y perspicaz, para derrochar drama y amor en este encuentro que llevará a
ambos hasta los límites, al compás de las notas nietzschianas “siempre hay un
poco de locura en el amor; pero siempre hay un poco de razón en la locura”.
La dupla de sinceridad y
elegancia de los hermanos Woodcock son aciertos solo logrados con tan sublimes
actuaciones. Daniel Day-Lewis logra manejar con tal maestría el porte y la
distinción, pero también lo feroz y egoísta del personaje (explícitamente en
las secuencias y planos en el automóvil) desbordando su magnífica última
actuación. Al final, son los escasos pero concretos diálogos lo que hace que
con solo miradas y gestos estas actuaciones sean triunfales junto a Vicky Krieps que además, como parte del magnífico guion, su relación hace referencia al síndrome
mencionado al inicio del texto. Hay que resaltar de igual manera los perfectos tintes musicales
de la banda sonora, solo imaginando a un Jonny Greenwood desarrollando
partituras como un genio al ver pasar la bellísima historia.





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