The House That Jack Built. Lars von Trier (2018)
Obsesión: impulsos
recurrentes y persistentes que se experimentan como intrusos y no deseados que
causan malestar importante. Compulsión: comportamientos o actos mentales
repetitivos que el sujeto realiza como respuesta a una obsesión para disminuir
el malestar (DSM-V).
Imaginen una idea, por ejemplo, el lavarse las manos. Ahora,
imaginen como esa idea se repite, no solo diario, sino innumerables veces al
día; ahora no solo eso, sino que no pueden salir de casa sin haber hecho ese
mismo acto de manera reiterada. En rasgos generales, la esencia del trastorno
obsesivo-compulsivo se presentó con antelación (además de las definiciones
mencionadas al principio, hay que presentar otros aspectos importantes o
recurrentes como: la limpieza, la simetría o los pensamientos intrusivos de temas
polémicos). La importancia de su escrutinio y de su tratamiento radica en la
discapacidad que puede producir ante la reproducción de tal obsesión (ya que
aumenta inminentemente su intensidad a pesar de su oscilación), además de
provocar un marcado deterioro cognitivo y social (con la arraigada idea de
vergüenza por los rituales) y riesgo de suicidio. Dejando de lado la incierta etiología
y su trasfondo, que podría abarcar desde la predisposición genética,
alteraciones en el sistema serotoninérgico, disfunción corticoestrial hasta una
previa infección por estreptocos, el nuevo filme del polémico director danés
Lars von Trier trata vagamente de empapar con una cruda oscuridad al
protagonista con esta enfermedad.
Jack (formidable Matt Dillon) es un ingeniero con un
aparente trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) enraizado a la higiene y al arte
que, a lo largo de cinco incidentes, desarrolla su alter ego como Sr.
Sofisticado para su acecho criminal como asesino serial en una travesía hacia
el inframundo guiado por Verge (eminente Bruno Ganz) como una analogía a la
Divina Comedia, o a Fausto incluso. En cada uno de los incidentes aborda su
evolución como criminal pero también profundiza en su visión artística de la
vida, como un reflejo de la misma idiosincrasia de Lars von Trier. En múltiples
ocasiones, con largas escenas sin corte y con cámara en mano, promete un
intento de glorificar el arte (pasando por la arquitectura, la música -con
grabaciones de Glenn Gould-, escultura, pintura -en el epilogo con la
referencia a La Barque de Dante,1822 -,
literatura -Goethe, Aligieri, Ray Bradbury- y obviamente cine -múltiples
referencias a su entera filmografía-) como un paso hacia la liberación, no como
un método para la trascendencia. Sin embargo, la narrativa, que va desde el
drama, horror y comedia, se pierde hasta el innecesario epílogo para realzar la
grandilocuencia de la simbología; además de perderse la esencia del TOC
conforme el largometraje va avanzando.
Con menos secuencias provocadoras (comparada con Antichrist, 2009 y Nymphomaniac, 2013) que la vuelve un poco más apta para ojos
sensibles (recordando su infame regreso al pasado festival de Cannes con opiniones
claramente divididas y la polémica con PETA), consigue mi aprecio por esta obra
con el hecho de hacer un vasto recorrido por la historia y el arte en un guion
original en un marco de autoría que abarca distintos géneros con un
protagonista con un desorden psiquiátrico (véase el segundo incidente para
entender la complejidad del trastorno puesto en práctica, sin importar el
acecho inminente de la policía ante un reciente asesinato) acompañado por Fame de David Bowie. Consigue el fin de
un recurso artístico, su goce estético.




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