Roma. Alfonso Cuarón (2018)
Para evitar un gran spoiler vayan directamente al segundo párrafo.
En medio de la disruptiva discusión en torno a la legalización del aborto
en México, en donde a algunas mujeres a favor casi se les lapida porque aparentemente
asemejan a Saturno devorando a su hijo (Francisco
de Goya, 1819) y otras en contra, en plena
ilusión de su iluminación como aquella imagen en the three ages of woman (Gustav Klimt, 1905)… ¿Quién toma en cuenta aquella confrontación emocional de la mujer
que sí se encuentra embarazada, que si quiere a su hijo y que por algùn motivo
tiene que presenciar su cadáver después del parto? El óbito o muerte fetal (stillbirth) es aquella complicación del
embarazo que ocurre después de la semana 20 de gestación o con un peso del
producto mayor a 500 gr. Las causas se podrían dividir en: causas maternas
(enfermedades, consumo de sustancias tóxicas, etc.), causas fetales (defectos congénitos,
alteraciones cromosómicas, etc.) y placentarias, con un gran porcentaje de manera
idiopática (obviamente, el tema es mucho más amplio que este bosquejo), lo cual
implica un gran duelo para la madre, lo cual, en su mayoría, se podría prevenir
con un adecuado seguimiento prenatal. La
ruptura prematura de membranas y el desencadenamiento de un parto pretérmino puede
ser una de las causas como se ve en el siguiente sublime largometraje.
Roma cuenta un fragmento del pasado del director
Alfonso Cuarón, basado en su infancia que transcurre en el barrio homónimo de
la Ciudad de México. Es así como se presenta un núcleo familiar a inicios de la
década de los 70 comandado por la madre (Marina de Tavira), acompañados por su
empleada doméstica y nana de origen mixteco Cleo (Yalitza Aparicio) quien, en
paralelo a los problemas de la misma familia, sufre grandes decepciones. Desde
el uso del blanco y negro para reafirmar la época engrandecida por el impecable
montaje de la ciudad de aquel entonces, hasta el uso de largas secuencias (ese último
contacto del personaje de Marina de Tavira con su esposo culminado con el
estruendo de la banda de guerra o un
grupo paramilitar entrenando artes marciales) y planos secuencias monumentales
filmadas en digital y 70 mm (vean la escena del Halconazo o una bellísima -y con personal de la salud reales- escena
en el hospital) con créditos en la fotografía del mismo Cuarón. Todo lo que
rodea al filme parece perfecto, incluso la falta de una banda sonora no afecta
en nada la calidad de los sonidos de la época (estaciones de radio con artistas
del momento hasta el eco de los comerciantes es inigualable) ni la idiosincrasia
de aquel entonces, que no se aparta mucho del panorama actual. Todo parece
estar lleno de significados y pequeños símbolos que merecen un segundo vistazo.
Creía que ya lo había sentido todo
en medio de tanta noticia alrededor, no solo de la película, sino del fenómeno mediático
creado desde su ausencia en el pasado festival de Cannes (ante su anticuada
forma de ver el cine) hasta la limitada proyección en cines nacionales, la explotación
de la imagen de Yalitza Aparicio y el aparente clasismo narrativo. Sin embargo,
esta ofrece sobrepasa los límites de la percepción y temo que lograra cautivar
al espectador en más de una ocasión a pesar de lo ya mencionado.



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