Cold War. Pawel Pawlikowski (2018)


“…. Se encontrarán así determinados en su existencia y en su naturaleza por esta pasión tan frívola. […] Es la voluntad absoluta, de vivir. […] La intriga que conduce al desenlace es cosa accesoria. […]Y esos tormentos infinitos para conseguir al ser amado, cuando al pronto parecen tan desproporcionados”.
El amor, las mujeres y la muerte. Arthur Schopenhauer

Schopenhauer creía en la idea del amor como un paso hacia la posteridad en forma de un producto con las características de una pareja, como aquel instinto objetivo marcado por la pasión subjetiva hacia la indudable determinación del ser humano en relación con su trascendencia. No se detiene demasiado en tratar de comprender el hecho de que los padres se conquistan por fuerza de la naturaleza, atraídos por características físicas y personalidades opuestas en búsqueda de equilibrio que se plasmará en el producto de la consumación física. Y es aquí donde guarda relación todo lo anterior con la siguiente idea: de que la mayoría de las personas damos por hecho el amor entre nuestros padres (que existió alguna vez o que existe aún). No es difícil suponer eso desde el símbolo de nuestra concepción como la ganancia de una relación rodeada, o iluminada por un simple instante, de pasión. Pocos son los hijos que tratan de profundizar en la ecuación que dio por resultado su presencia en este mundo; y es en ese afán de descubrir la raíz de nuestro nacimiento que comprendemos que todo parte de la casualidad, el deseo y el contexto. Pongamos un ejemplo: la relación de un matrimonio que inicia en el contexto de la precariedad de la sociedad mexicana con la necesidad de una mejor calidad de vida a inicios de la década de los 90 (alrededor del gobierno de Carlos Salinas de Gortari y el modelo neoliberal, el gobierno de George H. W. Bush y la guerra del Golfo con finales de la Guerra Fría) inmersos en el apogeo de la migración y el sueño americano, será la casualidad y el deseo que los unirá con un afán por descubrir hasta hoy. Toda la complejidad expresada alrededor de una tormentosa y apasionante relación se cierne de una manera brillante y sublime en el más reciente largometraje del director polaco Pawel Pawlikowski: Cold War (Zimna wojna).
En una exploración de sonidos y canciones del arte popular como fuente de inspiración para nuevas obras, Wictor (Tomasz Kot), un perspicaz pero anodino director musical, se adentra en poblados recónditos de la Polonia en posguerra (1949) encontrando así a la joven cantante Zula (Joanna Kulig), con la que desarrollara una tormentosa y apasionada historia de amor en el trascurso de más de una década; él cautivado por el talento innato bajo una cortina de hermosura, inocencia y tenacidad, y ella atraída por la madurez y complejidad del director. La relación se torna tan caótica en cada acto (con cortes tan precisos y enérgicos en los que trascurren meses o años, incluso distancias kilométricas), pero lo sublime de la fotografía, por Lukasz Zal, nos remite a la calma, el ímpetu y la nostalgia en esos paisajes europeos, devastados por la Segunda Guerra Mundial (como referencia a la borrascosa pareja). El sólido guion, basado en la historia de los padres de Pawlikowski, logra nivelar de una manera audaz el protagonismo de cada uno de los actores donde los diálogos revelan lo inverosímil de la relación (escena en el encuentro tras la condena de Wictor, donde incluso Joanna Kulig logra aun mayor porte); equilibrado además con la importancia de la música, como desde el inicio se mencionó que la búsqueda de nuevas melodías llevo al encuentro de la pareja, al mismo tiempo el cambio de sonido es contrastante en cada encuentro y época (véase la escena en el bar L’Eclipse, en París, que va de una tenue armonía musical al estrepitoso rocanrol de Bill Haley).

Mas allá de la tórpida dependencia, es preciso entender la atmósfera de la época en medio de alabanzas a Stalin y ásperas relaciones internacionales, sin el afán de crear una crítica social sino para comprender el contexto de la historia. El ganador a mejor director en el pasado festival de Cannes logra sumergirnos en cada ambiente de cada estado de una manera tan ágil que solo el blanco y negro nos permite recordar que se trata de una bella historia personal. Además de que la analogía creada desde el título es audaz y profundo. Aparentemente, la categoría para mejor película extranjera será una competencia aun mas reñida que los principales galardones en los próximos premios de la Academia.

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