The Babadook, Jennifer Kent (2014)


Las parasomnias abarcan aquellas alteraciones de la conducta directamente relacionadas con el sueño, dentro de las cuales se encuentran: el sonambulismo, las pesadillas y los terrores nocturnos. Aunque la mayoría de las veces abarcan un trasfondo benigno biológico, pueden causar gran preocupación tanto a padres como a hijos, estos últimos son quienes presentan la mayor prevalencia de estas entidades. Estas incluyen variaciones como movimientos anormales que pueden simular una crisis convulsiva, bruxismo, enuresis, taquicardia, diaforesis, angustia o terror con recuerdo o no de lo ocurrido en las entrañas de lo soñado. En algunas ocasiones acaban siendo parte del estudio de psicoanálisis, en el mejor de los casos en forma de arte (La pesadilla, JH Fussli, 1781) y en el peor de los casos… ¿Qué sucedería si la mayor pesadilla de un niño se fusionará con el ideal de su propia madre?


En la ópera prima como directora de la actriz australiana Jennifer Kent, The Babadook (2014) narra la historia de una madre inmersa en la profundidad de la depresión y lo miserable tras un accidente que llevó a la muerte a su esposo y le trajo a la vida a su hijo, cuestión presente en cada minuto del largometraje. Samuel, su hijo, es un niño con rasgos de hiperactividad con una mente dotada de una imaginación casi sobrenatural agobiado por la muerte y cuyo mecanismo de defensa es representado por las innumerables trampas y armas en contra de sus monstruos imaginarios. Por otro lado, se encuentra la madre quien día tras día es apabullada por la incomprensión de su trabajo, de su familia y de su hijo, relación con este último que viene a desatar los horrores más recónditos de la sociedad: el desprecio de una madre por su hijo; todo a colación desde la aparición del aparente libro infantil cuyo título es homónimo a la película, el cual dentro esconde un espectro maligno que solo es necesario negar su presencia para hacerlo más presente en la vida de esta pequeña familia.


La deliberada y casi perfecta composición fotográfica junto a la precisión del diseño sonoro (recordando a Requiem for a dream, 2000) nos permite un acercamiento especial al otro enfoque que de manera intencionada busca la directora: someter al espectador en la incomodidad de la relación de la madre con los demás y la interminable búsqueda de satisfacción frustrada (tanto social, familiar y hasta sexual). Aquí los colores juegan un rol especial, denotando los tonos ásperos y sombríos en el hogar, la familia y en el contexto en contraste por voluminosos tonos con el fin de limitar los efectos especiales y exaltando la teatralidad (véase la escena del cumpleaños con el entusiasmo de las compañeras en una vista contrapicada vestidas en un atuendo casi fúnebre mientras ella, en un insípido tono rosado, aparece rodeada de niños con flagrantes colores en un plano picado). La utilización de múltiples clichés del cine de horror afortunadamente solo funciona como herramienta para la confrontación final.


Realmente no había sentido este tipo de angustia desde hace tiempo, esa sensación de genuino terror sin trampas. El director de The Exorcist (1971) William Friedkin la ha catalogado en un tuit como una obra de terror legítima y, si han llegado hasta este punto, no sé porque no han corrido a verla en este instante.

A modo de preparación y si tienen la oportunidad vean ‘Monster’ (2005), cortometraje de la misma directora, el cual ella misma bautizó como ‘El pequeño Babadook’.



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