Psicosis (Psycho), Alfred Hitchcock (1960)


(Para que se entienda la introducción solo es posible mencionar y relacionar el título con el desenlace de la trama para evitar spoilers).

En el mundo de la psiquiatría existe un debate entre lo que define los trastornos neuróticos y los trastornos psicóticos, ambigüedad que reside en tres planos: la autoconciencia de la enfermedad, la influencia psicológica y los trastornos neurobiológicos mediadores. Los trastornos psicóticos (psicosis), y la esquizofrenia como prototipo, son de especial importancia por su sensibilidad en cuanto a la alteración de la percepción y la gravedad inherente relacionada estrechamente con el suicidio donde las alucinaciones y los delirios son los síntomas principales.

Dentro de los trastornos neuróticos existen los controvertidos trastornos disociativos (amnesia disociativa, trastorno de despersonalización/desrealización, trastornos facticios, etc). Secundario a un trauma y/o abuso, pero no necesario para el diagnóstico, el ego puede llegar a fragmentarse para desencadenar el trastorno de identidad disociativa (recordando a Sally Beauchamp como primera paciente) que, de manera sintetizada incluye: perturbación de la identidad con dos o mas estado de la personalidad, lapsos recurrentes y deterioro funcional. La mediatización ha complicado la exploración y la inclusión de los síntomas que comparte, sobre todo el cine y la sugestión ha jugado un rol importante. Recordemos filmes como Fight club (1999), The three faces of Eve (1957), Split (2016) y, el filme central de hoy: Psycho (1960), basado en el libro de Robert Bloch.


Después de un encuentro amoroso en donde el problema económico sale a flote, caen en las manos de Marion Crane (Janet Leigh) $40 000 dólares en el negocio de bienes raíces donde labora y lo cual se ajusta a las necesidades para perpetuar su idílica relación. Tras una noche lluviosa en el escape, logra desviarse del camino y varar en el inhóspito Motes Bates, atendido por el apacible y sobreprotegido Norman (Anthony Perkins), lugar donde se teje una serie de crímenes con un giro de tuerca final.

El director Alfred Hitchcock recurre a la grabación de la película con un módico presupuesto en 35 mm ante la negativa para financiar un filme cargado de sexualidad, crimen y lo aterrador de la psique, aspectos que en ese entonces no parecían del todo agradables; sin embargo, es evidente la perfección y el sello del mismo por crear un largometraje de alta calidad con lo que tuviera a sus manos (múltiples tomas de una sola escena, la creación y los detalles del set principal), lo que le mereció la candidatura a múltiples premios de la academia en ese entonces. El unísono de violines nos acompaña y estremece paso a paso con el clímax perfecto en la ya mítica escena en la regadera. Cabe resaltar las actuaciones de los protagonistas donde cada movimiento de cámara pretende englobar toda la intensidad y capacidad actoral de los histriones acompañados de meticulosos detalles en la producción y el montaje. Finalmente, la narración trata de ahondar en lo mas profundo de la mente humana con el intento de relucir una condición psicológica/psiquiátrica.

Tal vez el color y el lento inicio (pero sublime desde los créditos) sean las barreras que impidan acercarnos a tan maravilloso filme (o al menos es lo que me sucedió), pero la hegemonía de Netflix y su limitado catálogo sea el motor de arranque para que nuestros 109$ mensuales valgan la pena por un momento; aunado a la vigente e imperdible exposición en la Cineteca Nacional, y principalmente, el ciclo cinematográfico. Innumerables referencias, secuelas, remakes, libros (véase la reedición del libro de Guillermo del Toro) e incluso una serie de televisión son motivo para este obligado largometraje.

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